En nuestro anterior recurso para gratis para escritores (El narrador, o desde quien escribo) hacíamos una introducción a los narradores, explicando la diferencia entre los narradores Dios, casi Dios y cámara (todos ellos narradores externos) y los narradores protagonista y testigo (ambos internos). Después pasábamos a explicar en qué consistían los narradores externos.
Pues bien, ahora vamos a hablar de uno de los narradores internos.
Me di cuenta de que aquella noche iba a morir. El momento de mi muerte se acercaba, sentado sobre mi cama. Antes había intentado calentar mi cuerpo con bebidas y duchas calientes, con la vaga esperanza de que si conseguía mantener mi cuerpo con calor suficiente, me alejaría de la frialdad que es la antesala de la muerte del cuerpo y podría evitar así lo que luego resultó ser inevitable.
Si nos preguntaran ¿quién está hablando? ¿A quién oímos cuando leemos este párrafo? Diríamos sin lugar a dudas que es el narrador. ¿Pero qué tipo de narrador? ¿Quién, en definitiva, nos habla? Si fuese un narrador externo no sería nadie. Una voz anónima que no identificaríamos con nadie.
Pero en este fragmento de El diario de Óscar, de nuestro autor, Mario Gragera, sí que hay alguien. Un narrador interno, sea protagonista o testigo, sí se identifica con alguien. Con un personaje. Y es muy importante saberlo porque el narrador tendrá las características de ese personaje.
Es decir, el narrador tendrá las mismas facultades y limitaciones que una persona, con lo que no podrá conocer el futuro, ni sabrá qué está ocurriendo en otro lugar en ese mismo instante, ni conocer lo que piensan los demás. Es muy importante tenerlo en cuenta porque de ello depende la verosimilitud de la obra.
Además, es importante que se exprese con el mismo tono y palabras que el personaje.
Miraba con fijación, como fascinado, la espiral que formaban no sé qué partes del enorme motor del avión estacionado próximo al que había de llevarme, girando como aspas de molino al viento. Daba la sensación de una vorágine que, fatalmente, llevaría al fondo del mar, obsesión que siempre acompaña en mí el miedo al vuelo. Al instante nos llamaron para embarcar y no sé cómo al final, fuera por valor recuperado o resignación, seguí adelante y me encontré en la espaciosa cabina, a salvo de cualquier sensación de claustrofobia y ocupando uno de los primeros asientos que daban al pasillo. Ni el jerez ofrecido como cortesía previa, ni las instrucciones de seguridad dadas como mera rutina por el personal de cabina, o siquiera la forzada expresión de amabilidad de las diligentes azafatas calmaban mi nerviosismo, sino todo lo contrario. La actividad en torno a mí me mantuvo distraído hasta el momento en que, precedido de zumbido apenas perceptible y un leve temblor, se oyó el rugir de los motores —no había escapatoria hasta el aterrizaje—. Empecé a moverme inquieto en el asiento, simulando elegir algo para leer y luego orientando la toma de aire, mientras una sensación de calor sucedía a otra de frío.
Así comienza Si alguna vez muero, de Martín Alonso Martín. El narrador es el propio protagonista y nos traslada sus sensaciones y lo que percibe. Nos resulta cercano, sin intermediarios, y además afecta directamente al modo en que el lector percibe al personaje.
Este párrafo nos hace situarnos en el lugar del personaje, de sentir lo que éste siente, nos muestra el lado más humano del personaje, potenciando la intimidad con el mismo.
Aunque tiene sus inconvenientes. Al usar como narrador a un personaje, el narrador sólo conoce lo que el personaje conoce, no puede entrar en la mente de otros personajes, no puede saber qué está ocurriendo en otros lugares donde el personaje no está. Debemos tener cuidado.