En el volumen 12 (2021) de la revista Castilla. Estudios de Literatura de Valladolid, han publicado una reseña muy completa e interesante, acerca de la novela Calma de Óscar Figueruelo. En esta entrada, la compartimos en su totalidad o, si lo prefieren, pueden acceder dando clic en el nombre de la revista.
Desde que Jesús Carrasco en 2013 publicó su primera y aclamada novela Intemperie, el marco de la vida rural ha vuelto a ocupar un espacio considerable como locus literario. El despoblamiento y la emigración del campo español no es un fenómeno reciente, pero desde los años 50 del siglo pasado las circunstancias concretas del cambio se acentuaron exponencialmente y en veinte años las masas campesinas, aquellas a las que nuestras clases dirigentes nunca quisieron salvar de la miseria, han nutrido con su sudor, en las penas y en las alegrías, nuestras ciudades.
Miguel Delibes desde El camino(1950) —después vendrían otras obras emblemáticas como Las ratas(1962), Viejas historias de Castilla la Vieja (1964), Los santos inocentes(1981)—nos dejó protagonistas inolvidables que habitan ese medio rural cada vez más vacío, pero que forma parte de nuestra identidad espiritual. Estos personajes viven sus pasiones apegados a formas de vida que ya son pretéritas, porque la vigorosa vida urbana empuja con fuerza y ha triunfado llevándose a sus hijos. Otro de los personajes memorables que se aferran con obstinación heroica a sus raíces es Andrés, el último pastor de Anielle, que en el trance de la muerte sabe que su mundo se va a marchar con él. La lluvia amarilla de Julio Llamazares es, probablemente, la metáfora más arriesgada y extraordinaria de como nuestra España consumista y ebria de modernidad y progreso olvida a sus pueblos y los deja morir.
En los últimos años, un buen puñado de escritores que nacen en los 70, precisamente cuando el futuro nacional se proyecta desde la ciudad despreciando la cultura vernácula, escriben sobre ambientes rurales continuando nuestra tradición literaria de la postguerra y de escritores adultos en la Transición que los vio crecer. Lara Moreno con Por si se va la luz(2013), Manuel Darriba con El bosque es grande y profundo(2013), Mireya Hernández con Meteoro(2015) y otros autores como Sergio del Molino con su sugerente ensayo La España vacía. Viaje por un país que nunca fue (2016) reflexionan sobre la España que sufre una severa atonía demográfica y la evocan como un lugar en el que no hay muchas personas, pero a las que están les suceden cosas, piensan y sienten.
Ahora, Óscar Figueruelo (Almeida, Zamora, 1972) debuta como novelista con Calma, una historia sobre el miedo a lo desconocido ambientada en una comarca de pequeños pueblos y su agro circundante. El autor, a diferencia de otros que también abordan con éxito esta temática, tiene un origen rural. Si bien en el relato nos ofrece algún guiño a la nostalgia, sabe, y nos lo demuestra, que los famosos versos de don Antonio Machado no son una realidad reversible: “Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares / la tempestad llevarse los limos de la tierra / por los sagrados ríos hacía los anchos mares”. Los paraísos rurales no han estado exentos de penurias que han propiciado el éxodo.
Calma es una historia rural protagonizada por un hombre nacido en la ciudad en una familia de emigrantes que regresa desde la diáspora al recóndito pueblo de sus abuelos paternos. Lo hace acompañado de su familia, su mujer y sus dos hijos, buscando una calma que la vida urbanita no le da y evocando el paraíso perdido de la infancia y de una adolescencia feliz. Un golpe de suerte, pues les toca la lotería, es la acción que provoca un cambio deseado por muchos ciudadanos que viven inmersos en la crisis estructural que genera la masificación, pero que puede ser efectuado por pocos. La familia protagonista, que no es rural, aprende a vivir en la ruralía, recupera parcialmente modos de vida y de producción extintos y conecta con la naturaleza. Parece que el menosprecio de corte y alabanza de aldea tiene su lugar y da esperanza en una sociedad como la nuestra. El campo hoy, liberado de las sanciones socio morales que marcaban el modelo social rural tradicional, se presenta como un lugar idílico en el que los individuos asumen diversas identidades y siguen contando con la movilidad sociocultural urbana. Esto no invalida mantener costumbres ontológicamente beneficiosas para la comunidad como las relaciones de vecindad y compadrazgo, que se manifestarán hasta el final con el duelo por sus vecinos a los que promete “enterrarlos uno por uno en sus tumbas junto a los suyos, y a quien no tuviera una se la proporcionaría” (p. 188). Además, hay un valor añadido de moda, los neo-rurales gozan de una vida ecológica.
Sin embargo, la visión idílica es un espejismo y, desde la primera página, nos prepara para los acontecimientos que va a vivir la familia. Si bien dejan una existencia en la ciudad jalonada por las prisas y las incomodidades de las clases trabajadoras hacinadas en barrios, al campo también ha llegado la negligencia humana que lo va contaminando, extermina a las especies animales que lo habitan y propicia un cambio climático que lo alejará de la Arcadia. Los moradores del campo no se rigen por el tiempo cíclico que marcan los meteoros y las estaciones, sino por el tiempo lineal que impone la ciudad. Pronto sabremos que el campo no es el beatus ille, sino un lugar inhóspito en el que cuesta sobrevivir y donde el hombre, al igual que en la ciudad, reacciona con un miedo cerval ante lo desconocido.
El vergel utópico de la familia pronto se convierte en una distopía en la que un virus desconocido mata y remueve los instintos más primarios del protagonista. Figueruelo, que terminó de escribir esta historia durante el confinamiento duro de 2020, no nombra al mal, al igual que la familia son “el hombre”, “la mujer”, “el hijo mayor” y “el hijo pequeño” a diferencia de algunos animales y algunos personajes que sí son nombrados. Calma nos muestra que cualquier peligro desconocido puede alterar la vida apacible y regalada de cualquier hombre. La amenaza quebranta el orden establecido y súbitamente vivir se torna en algo incierto. En nuestras sociedades industrializadas y modernas todo está programado y todo está controlado, y sus habitantes no están preparados para asumir imprevistos. La desolación llega al campo, aunque este sea concebido como refugio, y el hombre que ejecuta sus acciones más inhumanas con una máscara, comprende que “El monstruo creado dentro de mí se volvió a mostrar haciéndose dueño de la situación” (p. 71). La falta de respeto a la tierra genera el caos y este desata la violencia extrema de la que nacen el dolor, la culpa y la soledad.
Óscar Figueruelo canta a través de la voz de su protagonista a los orígenes de muchos moradores de las ciudades, pero la proyección a ese pasado en armonía con la naturaleza se hace desde un presente en el que el hombre está dominado por el miedo. La novela indaga en el desmoronamiento del mito de la seguridad en las sociedades desarrolladas y nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con la Naturaleza.
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Calma, Óscar L. Figueruelo
«Era media tarde cuando sonó la campana pequeña del campanario anunciando el primer fallecimiento. El tiempo se paró durante unos segundos. Nos buscamos por la casa. Nos abrazamos. Mi mujer lloró. Sólo serían unos meses, unos meses. Pronto todo volvería a la calma.»
Quedarse y morir. Huir y salvarse. La elección parece clara. Pero, ¿qué pasa cuando la existencia se convierte en la mayor de las condenas, en un peso imposible de llevar? Sin posibilidad de deshacer el camino andado ni de cambiar las decisiones. ¿Entonces qué?
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