«La escritura viene de mi pasión
por la lectura».

Escribir una autobiografía es un ejercicio de autoestima, para nada sencillo. Y más cuando acecha por las esquinas el síndrome del impostor recordando que los éxitos son para otros: sabios, eruditos y escritores a tiempo completo. No como yo, que me gusta escribir de vez en cuando, en el interludio de mis obligaciones, cuando el gusanillo interior coge lápiz y papel.
Si echo la vista atrás, la escritura me ha acompañado desde niña a través de las historias de otros. Era una ávida lectora: me encantaba levantarme al alba, con la casa dormida y leer. Devoré libros hasta la facultad, donde siguiendo la estela de las letras, estudié Periodismo. Al acabar la carrera, me di cuenta de que de inglés andaba mal, muy mal, tirando a desastroso. Así que cargué una mochila llena de valor y me marché a Irlanda. Ahí decidí que iba a hacer realidad mi segundo sueño (o quizá el primero): estudiar Arte Dramático. Y me pasé una temporada pisando escenarios; haciendo bolos y disfrutando de las declamaciones de textos, siempre ricos, siempre enseñándome que la base de una buena actuación está siempre en un buen guion. Y de vuelta a Madrid y con unos años más encima, he seguido vinculada a lo creativo: por las mañanas en una multinacional vinculada a la publicidad y las comunicaciones a clientes. Y por las tardes inventándome cuentos con mis hijos, aderezando las comidas con canciones y recordándoles que pueden llegar tan lejos como quieran. Y en mi caso escribiendo mi primera novela.
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